Las empresas no existen en el vacío. Su cultura, su forma de operar y la mentalidad de su gente están profundamente influenciadas por el entorno en el que se desenvuelven. En países con restricciones político-económicas (censura, limitaciones a la movilidad, restricciones de mercado, restricciones comerciales y cambiarias), se generan patrones de comportamiento que pueden permear en las organizaciones, muchas veces de manera inconsciente.

El impacto del entorno en la cultura organizacional
Dependiendo de cómo se introducen estos cambios restrictivos, pueden producirse dos escenarios:
- Asimilación progresiva: Cuando los cambios ocurren de forma gradual, la población los internaliza lentamente, normalizando las restricciones y adaptándose sin una resistencia inmediata.
- Rechazo inmediato: Cuando las restricciones llegan de golpe, la población las percibe como una ruptura radical con su estilo de vida, generando un fuerte rechazo y resistencia inicial.
Sin importar la velocidad con la que ocurren, estos cambios terminan generando hábitos inconscientes que afectan la productividad, la motivación y la forma de hacer negocios. Mientras que un pequeño porcentaje de individuos expuestos a otros contextos podrá reflexionar sobre estos hábitos y modificarlos, la mayoría los arrastrará consigo, incluso si el entorno cambia nuevamente en el futuro.
El choque entre culturas organizacionales
Las empresas que operan en entornos restrictivos pueden incorporar estos hábitos a su cultura, afectando su eficiencia y competitividad. Sin embargo, cuando una organización tiene vocación internacional, puede enfrentar un choque cultural interno. Dentro de la misma empresa pueden convivir personas con hábitos adquiridos en entornos restrictivos y personas formadas en contextos de mayor apertura y competitividad.
Esto genera tensiones organizacionales que pueden manifestarse de diversas formas:
- Conflictos entre equipos con diferentes formas de trabajo y mentalidades.
- Disminución de la productividad debido a la resistencia al cambio.
- Pérdida de motivación en empleados que ven afectada su cultura de esfuerzo y superación.
- Fracturas internas que pueden llevar al deterioro de la organización.
- En el peor de los casos, la cultura del esfuerzo puede ser arrastrada por los malos hábitos, conduciendo a la implosión de la empresa.
Cómo evitar que los malos hábitos destruyan la organización
Para que una empresa con presencia internacional pueda preservar su cultura organizacional y evitar estos efectos negativos, es necesario adoptar estrategias claras:
- Concientización: Identificar los malos hábitos adquiridos por el equipo y hacerlos visibles. El primer paso para el cambio es reconocer la situación.
- Cambio de ambiente: Fomentar una cultura organizacional basada en principios de apertura, competitividad y superación. La exposición a entornos diferentes puede acelerar el desaprendizaje de malos hábitos.
- Formación y mentoría: Implementar programas de capacitación que refuercen valores y buenas prácticas alineadas con la visión internacional de la empresa.
- Toma de decisiones pragmáticas: Si a pesar de los esfuerzos de concientización y formación, ciertos individuos continúan anclados en hábitos nocivos, la organización debe priorizar su estabilidad y considerar su desincorporación.
Conclusión
Los hábitos adquiridos en un entorno restrictivo no solo afectan a los individuos, sino que también pueden poner en riesgo la estabilidad de las organizaciones. Si una empresa quiere mantenerse competitiva en el mercado global, debe ser proactiva en identificar y corregir estas dinámicas antes de que se conviertan en parte de su ADN corporativo.
El liderazgo organizacional no solo consiste en dirigir equipos y establecer objetivos, sino también en gestionar la cultura interna, erradicar prácticas nocivas y garantizar que la organización se mantenga alineada con principios que fomenten el crecimiento y la resiliencia empresarial.
